A los periodistas nos enseñaron a ser críticos de los otros, a mirar con recelo a la realidad, a dudar y cuestionar como los ejercicios elementales de nuestra profesión. Sin embargo, pocas veces cuestionamos nuestras prácticas al interior del gremio. Intentar hacerlo implica que, casi en automático, aparezca una voz advirtiendo: “¡Perro no come perro! “
Afuera preguntamos mucho, pero parece que ese ejercicio está negado para nosotros mismos. “¿Por qué pusiste ese titular?” “¿por qué colocar esa nota como la principal?” “¿por qué cubrir ese evento e ignorar esta protesta?”, son preguntas que no siempre se formulan en las redacciones y se quedan en las reuniones de reporteros. En el otro espectro están los editores que mucho tienen que decir sobre lo que viven al interior de las redacciones o en cuanto a los reporteros que se niegan a mejorar su trabajo. Unos y otros, cada uno con sus complicaciones y retos, viven este oficio como en las mejores familias: en silencio, haciendo como que nada pasa y en donde es mejor aparentar que solucionar.
Asignar temas, cubrir noticias, escribirlas, editarlas y publicarlas es la cadena de actividades que impone el ritmo de producción de noticias, y que se hace de forma inercial. Así, vamos acumulando las jornadas periodísticas sin detenernos en por qué escribimos, reporteamos y publicamos (o no).
Comienzo relatando lo que ocurre al interior de las redacciones y en el ejercicio de la profesión porque eso explica, entre otros aspectos, el freno que existe para que los periodistas abordemos el tema de la discapacidad desde un ángulo de derechos humanos. Aún cuando socialmente se ha avanzado en la cuestión: en la creación, firma y ratificación de la Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad (México, a través de Gilberto Rincón Gallardo fue uno de sus principales impulsores), esto aún no impacta en las coberturas.1
Organizaciones civiles, académicos y distintas instituciones han elaborado manuales para que los periodistas informemos sobre la discapacidad sin discriminar. Esas guías explican, de forma clara, por qué recurrir o no a determinados términos y lo que implica el uso del lenguaje como una forma de discriminación. Una de esas guías útiles para entender cómo escribir con términos correctos, y que reflexiona sobre la forma en la que los periodistas miramos a la discapacidad, es la Guía de estilo periodístico para informar sobre discapacidadescrita por el periodista colombiano Oscar Saúl Cristancho, asesorado por el maestro de la Fundación Nuevo Periodismo de Gabriel García Márquez (FNPI), Javier Darío Restrepo.2
El lenguaje es una de las primeras puertas que tenemos para entender el mundo, sin embargo, pensar que el tema de la discapacidad será comunicado con un enfoque de derechos sólo gracias al uso de los términos correctos sería negar la complejidad de las coberturas periodísticas. No bastan las palabras, como explicó Gilberto Rincón Gallardo en la presentación del análisis “Lenguaje y discriminación” de Héctor Islas ZaÏs editado por el Consejo Nacional para Prevenir y Eliminar la Discriminación (Conapred): “Aprendemos a nombrar las cosas y a las personas a partir de nuestro entorno, al mismo tiempo, integramos prejuicios, matices despectivos, atribuciones arbitrarias”.
Los periodistas constantemente reciben correos en los que las organizaciones civiles les piden llamar a la población con discapacidad usando el término correcto. Alguna vez me tocó presenciar una rueda de prensa en donde los activistas comenzaron regañando a los reporteros por escribir “inválidos” o “discapacitados” en sus notas. Si existen y están al alcance del gremio, ¿por qué no terminan de generar un efecto estos manuales?
Porque aún cuando se reconoce el peso de las palabras y la importancia de escribir sin discriminar, la mirada del periodista está detenida en el modelo asistencialista. Habrá que reconocer que utilizar los términos correctos no impide que el contenido esté plagado de prejuicios y de frases que promueven la lástima hacia esa población. Ahí están los políticos que usan un lenguaje incluyente, pero siguen con prácticas asistencialistas como la donación de sillas de ruedas.3
¿Cómo podemos cambiar los periodistas nuestra mirada y abordaje de la discapacidad? El primer paso es reconocer y asumir los prejuicios desde los que vemos la realidad; hacer un repaso por la forma en que aprendimos qué era tener o vivir con una discapacidad. En las coberturas he confirmado que hay colegas que, por temor a equivocarse al usar la terminología o a no saber cómo tratar a las personas con discapacidad, prefieren no abordar la temática, cayendo así en otro problema al que se enfrentan las personas con discapacidad en los medios: la invisibilización.
¿ A quién entrevistamos para hablar sobre discapacidad?
El periodista del periódico El País y maestro de la de la Fundación Nuevo Periodismo de Gabriel García Márquez (FNPI), Miguel Ángel Bastenier, ha planeado que existen los cuatro jinetes en el Apocalipsis periodístico: oficialismo, hiperpolitización, omisión internacional y declaracionitis. Este último término lo explica Bastenier como: “La publicación masiva de lo que la gente dice, con gran preferencia sobre lo que la gente hace, entre otras cosas porque es más fácil, porque los que hacen declaraciones lo que quieren es verse reproducidos por los periódicos y demás medios de comunicación”.4
El periodista del periódico El País y maestro de la de la Fundación Nuevo Periodismo de Gabriel García Márquez (FNPI), Miguel Ángel Bastenier, ha planeado que existen los cuatro jinetes en el Apocalipsis periodístico: oficialismo, hiperpolitización, omisión internacional y declaracionitis. Este último término lo explica Bastenier como: “La publicación masiva de lo que la gente dice, con gran preferencia sobre lo que la gente hace, entre otras cosas porque es más fácil, porque los que hacen declaraciones lo que quieren es verse reproducidos por los periódicos y demás medios de comunicación”.4
Eso mismo pasa en las coberturas de discapacidad. El médico, el político o el funcionario a cargo de las oficinas de asistencia social son los que principalmente hablan cuando hay que escribir una nota sobre discapacidad. Así, aunque parezca complicado, las personas que tienen la discapacidad están anuladas informativamente y, si llegan a aparecer, será, la mayoría de las veces con historias repetidas (como la cobertura de lo complicado que es transitar la ciudad en silla de ruedas o el testimonio de una persona con alguna enfermedad extraña que busca un apoyo social). Notas que son asignadas a la cobertura de sociales o a la nota de “color” porque el editor -erróneamente- no espera nada de profundidad y considera que son textos para “rellenar” o cubrir una cuota de temas sociales. Es importante aclarar que esto es algo que ocurre en México y en otros medios de América Latina, pero que tiene precedentes en España, por ejemplo. Allá también se han producido coberturas estigmatizantes, pero poco a poco se asume que el modelo asistencialista es obsoleto y agrupaciones como la Organización Nacional de Ciegos de España (ONCE) han contribuido a la capacitación de periodistas.
Ni ángeles ni demonios
“Ni ángeles ni demonios, sólo seres humanos”, fue la frase que me compartió Valeria Guzmán, psicóloga, promotora cultural y persona con discapacidad visual para referirse a esos dos polos en donde socialmente se suele colocar a las personas con discapacidad. Ejemplos hay varios: el caso de notas como aquella en la que se cubre la historia de Efraín, un joven con discapacidad que viralizó la frase “ se va hacer o no se va a hacer”,5 o la de aquel joven que, en el 2015 y al asaltar a un automovilista, fue baleado por un policía y quedó inmovilizado.6 El primer caso tiene el tono de una burla, de broma, y el segundo de una historia que fue usada para el escarnio, para decir: se lo merece. En el periodismo parece que sólo existe, pues, la discapacidad como burla o como castigo.7
Cuando el abordaje del tema está enclavado en los extremos del asistencialismo y la inspiración se cae en clichés, estereotipos y estigmas. El asistencialismo se alimenta del modelo médico, ese que concibe a la persona como un diagnóstico mientras que el abordaje desde la inspiración hace que las personas sean vistas más como superhéroes aislados, lo cual promueve la idea de que bastará con que estos individuos luchen con todas sus fuerzas para vencer los obstáculos; algo totalmente alejado de la inclusión.
De esta forma, la noticia que atañe a la discapacidad se ha reducido a describir a personas que cuentan su historia, que narran su tristeza, que describen sus problemas, pero que no explican, no contextualizan, ni ayuda a saber cuáles son esos derechos violentados, cuáles son esas autoridades omisas, cuánto recurso público dejó de ejercerse, entre otros tantos temas que confirmarían que la discapacidad es bastante más que un testimonio.
Para enfrentarnos a esto, los periodistas debemos reconocer cuáles son los prejuicios que tenemos sobre la discapacidad. El modelo asistencialista está instalado en las redacciones y lo que es más complejo aún: en los reporteros. Por eso, entre otros motivos, es que no importa cuántos manuales de estilo haya, la mirada de los periodistas sobre las personas con discapacidad no se transforma. Otras razones para que los periodistas anulen informativamente a esta población, o la cubran desde un ángulo lastimero, es que pocas veces se acercan a ella o se limitan a entrevistar a las personas que están en situación de calle. Finalmente, también ocurre que los colegas intentan proponer estas historias pero los editores no muestran interés por su cobertura, como es el caso en general de los temas sociales.
¿Cómo lo hubiera cubierto?
Reconocer nuestros errores no es para que otros los usen y hagan juicios sumarios como ocurre muchas veces en redes sociales: cuando alguien publica un pantallazo de la nota y comienzan las burlas pero de frente a su colega esa misma persona no asumiría la crítica.
Los periodistas corremos el riesgo de no querer asumir y reconocer nuestros errores. No es fácil, pero hacerlo nos permite aprender. Por eso, como debemos aferrarnos a buscar la verdad, también debemos aferrarnos a reconocer nuestras fallas, nuestros errores y omisiones. No es algo sencillo y no siempre se puede hacerlo a solas. Lo anterior es algo en lo que ha insistido Alma Delia Fuentes, editora y mentora, a la que conocí gracias al proyecto CONNECTAS, una plataforma para la investigación periodística en América Latina, y con quien he reflexionado mucho sobre estos temas.
En un taller con el maestro Javier Darío Restrepo organizado por el Centro Internacional para Periodistas (ICFJ por su siglas en inglés) y CONNECTAS, recuerdo que alguien comenzó a narrar los errores, que a su juicio, había cometido un reportero en una cobertura. Javier Darío, pausado, ecuánime y con la sabiduría que lo caracteriza, explicó que los errores de los otros (que en cualquier momento podemos ser nosotros) podían servir para que nos planteáramos las preguntas: “¿Qué hubiera hecho yo?” “¿Cómo hubiera resuelto esa situación?”
A partir de esa ocasión, cada vez que se expone una crítica al ejercicio profesional de un colega recuerdo al maestro Javier Darío Restrepo. Por eso, aquí presento diez puntos que podrían funcionar para cubrir a la discapacidad. Los he aplicado en las coberturas y reconozco que son parte de la prueba y el error, de equivocarse, de aprender y de identificar aquello que podemos mejorar porque sólo así nos acercaremos al periodismo que aspiramos.
1-Antes de preocuparse por usar el término correcto, es mejor llamar a la persona por la forma en que ésta prefiera. “Juan”, antes que un diagnóstico o enfermedad.
2- Que las personas con discapacidad sean las protagonistas. Evitemos que las únicas fuentes de información sean sus familias, los abogados, los médicos y las escuelas. ¡Basta! Que sean las personas con discapacidad las que hablen sobre la discapacidad.
3- Dejemos de ver a la persona por sus diagnósticos. Son más que aquello que los médicos y los psiquiatras les dijeron que son.
4-Expliquemos y contextualicemos. Lo que le ocurrió a una persona no es un hecho aislado, hay un sistema que lo permite y no hay casos únicos.
5- Eliminemos los detalles que sólo abonan al morbo, a la revictimización e incluso a la criminalización. Hay que preguntarse sistemáticamente: “¿Esto que escribo tiene alguna utilidad?”
6- Ubiquemos a las autoridades e instituciones que fallaron en la protección y defensa de los derechos humanos de las personas con discapacidad.
7- Eliminemos de nuestra redacción verbos como “sufrir”, “padecer” para cambiarlos por el verbo “tener”. Huyamos de las frases hechas como “postrado en la cama”.
8-Busquemos fuentes acompañantes que nos ayuden a entender y a resolver dudas. Es válido decir: “¡No entiendo, no sé de lo que me habla!”
9-Describamos y narremos aquellos planes y proyectos que tienen las personas con discapacidad. No sólo son el diagnóstico que viven.
10-Demos seguimiento a las historias. No abandonemos los casos.
Texto publicado originalmente en Nexos
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